EL TRULLO
En esta carrera de obstáculos que es la existencia, los hijoputas que uno se encuentra – cada vez hay más – son los postes que hay que evitar, sortear o saltar. Pero hasta el más atento y hábil a veces tropieza o falla. Ley de vida.
La trena es lo mismo, sólo que allí todo son obstáculos. Todos son rematadamente cabrones y además y a diferencia de en la vida de fuera, estos obstáculos se mueven. No es tan fácil evitarlos, porque vienen en tu dirección, con el objetivo de encontrarte y chocar contra ti. Por aburrimiento, por deporte, porque son así de bordes. Es un slalom entre palos lanzados a por ti. Es la carrera de obstáculos más difícil que uno se puede encontrar. Y tienes que correrla obligatoriamente. Fuera te podrías mover, ir a otro sitio, cambiar de aires. Pero dentro no tienes a donde ir. Debes quedarte allí, guardadito con lo que hay. Te mole o no.
No era difícil saberlo y Spy era consciente que la convivencia con la fauna del trullo era mucho peor castigo que el encierro en si mismo. Una propina que acojona al más pintado y que los jueces y responsables de centros penitenciarios pasan por alto. Como si ellos, que se consideran por encima del bien y del mal, no pudieran caer nunca y encontrarse en semejante atolladero.
El miedo a pisar por primera vez el patio, ya no es a morir. Es un miedo más psíquico. Es la incomodidad de tener que convivir con la tensión permanente y en alerta máxima. Sin relajación. Con la alta tensión diaria, inevitable y desgastadora.
Lo decía el otro día el Maestro Reverte en su artículo del Semanal: “En los tiempos que corren – y en los que van a correr, ni les cuento –las cárceles, con excepciones razonables, están pobladas por una importante cantidad de hijos de puta”.
Así que Spy, después de lo trámites clásicos de ingreso, entró en el patio con su bolsa de ropa. La dejó al lado de la pecera de los jinchos y empezó a kilometrar como un taleguero experto. Rapidito y en sentido contrario de las agujas del reloj. A su bola y procurando no mirar a las caras de los otros presos. Como hacen los animalicos del bosque para no desafiar a posibles contrincantes.
José Juan Aparicio.
Nota: Estos dos trocitos de mi libro pertenecen a capítulos completos, separados y distintos. Que, como se puede fácilmente imaginar no, son ni el primero ni el último.
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