ADORACIÓN
NOCTURNA.
Entre los píos, los devotos, los persinados y toda esa bola
de santones que proliferaron largo tiempo en mi pueblo y en toda la España gris, hubo una
variante de los rezadores cristiano-católicos que siempre me llamó la atención.
De niño y luego de mozalbete, cuando la catequesis y todas
esas vainas parroquiales acercaban a los jóvenes a la cristiandad, tuve la
ocasión de entrar un par de veces en la “Rectoral” (Casa Rectoral), un lugar
perteneciente a la institución eclesiástica local de mi lugar de nacimiento.
Allí contemple unos cuartos, con unas literas humildes –casi
carcelarias- que, me explicaron, eran para los tipos que practicaban la:
“Adoración Nocturna”.
Diccionario: Son todos los varones sacerdotes o seglares mayores de 18
años que se comprometieron a tomar parte en las Vigilias Nocturnas y velar una
hora cada mes en la iglesia durante las noches, sin salir de las dependencias
del templo, a imitación del mismo Jesús que ora en el Huerto y a semejanza de
la guardia que custodia el palacio del monarca.
Cuando pregunte me contaron, en forma simple, que eran unos
fulanos –hombres todos- este es un rito machista, que rezaban, “adoraban”, toda
la noche, o parte de ella, recluidos en aquellos habitáculos, desde dónde se
desplazaban a rezar a las Iglesias cercanas, que son en ese lugar la de San
Telmo –Patrón de Tui- y La
Catedral.
Como si –igual que el follar- los rezos no surtieran el
mismo-deseado efecto de día que de noche.
Pasado el tiempo encontré una insignia de algún “adorador”
de mi familia, ya que al parecer hubo varios.
Yo, conservaba –por lo curioso- el término congelado en
algún rincón de la memoria selectiva de los mamíferos y me volvió en forma de
recuerdo a la mente al hallar esa insignia. Y ahí mismo volvió al olvido.
Hace poco, me puse a sumar y tán, tán.
Milagrito, dos y dos volvían a ser cuatro.
Resulta que la adoración nocturna, era –como siguen siendo
hoy en día- una excusa para actividades “extra-maritales”, pasiones, aficiones
o hábitos no muy bien vistos. El mismo viejo cuento-excusa de la caza, la
pesca, la filatelia el fútbol y demás tarugadas de ese estilo.
O sea, que se disculpaba uno, de pasar la noche en casa, con
la parienta o los parientes para pasarla en el burdel, en casa de la o el
amante, en las tabernas o en cualquier tugurio, a cuenta de la “insignia” de
marras.
Los hombres se hacían “adoradres” de solteros cubriéndose
para el futuro, después era cosa de decirle a su “doña” que tenían que seguir
con ese “fervor”.
Mientras. La fiel esposa –lo pendejo tampoco le queda-
dormía con otro “adorador”, por eso de la hermandad y todos tan felices.
Con la bendición –previo pago- del clero.
En la España
oscura quedaba rebién la bendita insignia en la solapa de la americana durante
el paseo dominical y en cualquier acto piadoso.
No era plan de ponerse la de la otra secta, la de las misas
negras y demás mamarrachadas con el macho cabrio y la colita en flecha de
Satanás. Esos cultos que también proliferan en la curia son más secretos
todavía y no se pregonaban en público. Quedarían demasiado revolucionarios para
los kikos de mi pueblo, cuyo jefe y principal apóstol luce un hermoso busto de
bronce en el paseo de tan noble y leal población.
José Juan Aparicio.
13-Noviembre-2019.
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