UN
PERRO TUERTO.
Una tía me estaba mandando a la chingada a mí, o yo a ella,
no me acuerdo.
Una discusión de novios en un coche aparcado en la playa.
Nada grave ni anormal, sencillamente un desencuentro, el
final de algo bonito.
Bastante rencor y
mucho de intento de manipulación.
Hasta ahí todo ok, mejor así. Pues vale, todo a la mierda.
Y en medio de un dialogo de besugos, veo venir un perro
hacia el coche, cerrado pero con mi ventanilla –la del conductor abierta- que
distrae mi atención de algo que ya no era esencial.
Entonces el can se sube directamente a mi ventanilla para
saludar. “Hola chico”, me evado automáticamente de aquella charla, “Joder te
falta un ojo”, digo. Le acaricio la cabeza, lo cual le encanta, se baja y se
va.
Retomo lo anterior y me olvido del perro.
En casa a las seis de la mañana, escribiendo un corrido, “El
Coraje y un Corrido”, que habla de lo único que queda de una relación fallida,
se me enciende el pilotito. Me vuelvo a acordar del perro.
No se, ni me importa quien tenía más razón, ni quien estaba
chingando a quien.
Pero acordarme del perro me tranquiliza y me alumbra:
HAY COSAS QUE HASTA LAS VE UN TUERTO.
José Juan Aparicio.
3-Abril-2015.
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