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miércoles, 5 de febrero de 2020

TAHURES.



TAHURES

Como en todo, para hacer trampas hay que valer. Ser profesional. Dedicación exclusiva se dice.
Es lo que diferencia a un “Pro”, de un capullo o de un puto aficionado. Estos últimos son simples ludópatas. Un tahúr es un ludópata que vive –digamos- de su enfermedad.
Sentido de la oportunidad. Movilidad continua y máxima, la famosa y peliculera frase:”Sólo llevo aquello que pueda recoger en medio minuto cuando tengo que salir del hotel por la escalera de incendios”.
Y probablemente los más importante, sentido del tiempo. “Timing” se dice en muchos deportes. El “Cuando”, el momento exacto, ni un segundo antes ni después.
El que va a jugar al poker tiene que saber de naipes, la técnica, los trucos, ir a la escuela como todos. Además de los factores personales y psicológicos junto con las aptitudes innatas necesarias para ciertos “bisness” influye también una buena actitud.
Si el tipo no es un poco “aventado” de por si, nadie le va a enseñar a tener la paciencia de un cactus y los reflejos del jaguar.
Lo dicho compadres hay que valer.
Un par de amigos míos magos se fueron un domingo al Rastro de Madrid a jugar al “Tocomocho” con los trileros, todos lanzas con su suficiencia de prestidigitadores a desplumar a los campeones de la calle.
Eran buenos y ganaron.
Ya entraban al bar a tomar las cañas par celebrar cuando –desde atrás- les tocaron en el hombro:”Lo nuestro compadres, sin rencores va”.
Aquel par de ejemplares, renegrido uno y aceitunado el gitano, con tono de Carabanchel, cuarta galería, se hicieron entender a la primera, sin enseñar la “herramienta”.
Mis carnales soltaron la tela de volada, dieron gracias a San Isidro, patrón de Madrid y tan tan. Se regresaron a sus truquitos se salón. Ni siquiera hubo que decirles que no volvieran.
Eso se llama jugar seguro, apostar a caballo ganador, lo del “trile”.
Un auténtico Tahúr del Misisipi, con verdadero sentido del tiempo y del espacio hubiera sido más difícil de agarrar, a pesar del oficio de los de la calle.
Un tío mío volvía arruinado de Venezuela –o casi- en barco como se hacía en aquel tiempo. Se jugó casi todo y siguió jugándo a crédito con la promesa de pagar al llegar al destino. No se le iba a escapar nadando a los tahures. Se ve que olvidó lo de: “A ver si el primo eres tú”. Pero como no era pendejo del todo se bajó del barco en Lisboa, penúltima escala antes de Vigo, que era el final del trayecto. Se les despisto un momento –el momento clave- a sus acreedores dejándolos con un palmo de narices.
Si hubiese sido hoy mi pariente hubiera dicho con su sonrisa cínica de toda la vida al ver zarpar el barco:
“Ahora buscarme en google cabrones”.

José Juan Aparicio.
5-Febrero-2020.



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