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lunes, 17 de junio de 2019

Mayo se daba mal.



Mayo se daba mal.

Hacía dos años que Mayo se daba mal.
Los ratones y sus pulgas habían convertido aquella  guarida en un lugar un poco incómodo últimamente, aunque seguía siendo un sitio acogedor, pese a los nuevos vecinos de arriba, un chalado que maltrataba a su mujer con el apoyo de sus dos hijos “ninis”. También se trajeron cuatro perros, una perrita encantadora, un pastor alemán hijo de puta y un gato persa muy agradable.
El calentador de agua se chingó hace siglos. La estufa de butano ocupaba abrir la ventana al encenderla, la ducha era a cubetazos, con agua calentada en la cocina y la cisterna del water necesitaba instructivo para manejarla adecuadamente.
Se podría decir que esa vivienda era un loft vintage con los últimos adelantos.
Todo ese confort no sería problema si los recibos del alquiler estuvieran pagados.
La decoración impresionaba. Restos de una antigua oficina de Correos y chatarra de los tianguis de antigüedades. Todo mezclado con alebrijes de Arrazola (Oaxaca), mariachis en hojalata, calaveras, cuadros con revólveres, cactus y acordeones, gallos portugueses, fotos y manualidades de kayaks y un gran cuadro de la Guadalupana de Mex sobre la cama.
Un viejo cartón de Bingo con el número 87, de cuando abrieron los Bingos en Madrid, calle Princesa, cantando ese número el habitante del “Jacal”, el así llamaba a aquel cantón, se había llevado unas 26.000 ptas, una lana en 1980, fue a buscar a sus dos compañeros de piso y luego “quemaron Madrid”, empezando por los –todavía existentes en aquella época- clásicos Cabarets de la Gran Vía.
Dos perros completaban el decorado, eran de los que viven dentro -exquisiteces pa otros- simpáticos y enrollados.
Después de levantarse, puso la lavadora –si hay suerte hoy centrifuga, sino ni modo- con el programa de media hora y tendió fuera en los alambres de la viña.
Visto desde fuera el chalet (Jacal) con su interior (fulano y perros) era un producto difícil de vender y poco atractivo –sólo en teoría- para el género femenino y los números plurales.
Un güey casi mayor, arruinado, que no había sido capaz de  hacer fortuna en su vida, viviendo en una mierda de sitio con dos perros. Todo un hallazgo para las cazadoras de dotes.
Pero el tipo a su edad no quería vender nada, su alma ya ni el diablo la deseaba, así que se conformaba con las esporádicas sesiones de felicidad que nos regala la vida, con la libertad que creía conservar y con la ilusión y los sueños que –afortunadamente- mantenía intactos.
“El viento siempre cambia, a veces tarde”.
“El confort –ese que a veces ayuda- también viene con la suerte y la venganza se come templada, no conviene que se enfríe de todo el plato”.
Con todo y perros se subió a un Ford Mondeo lleno de pelos, una carcacha destartalada con 20 años y cruzó la frontera por un viejo puente de hierro. Se desayuno en forma –única comida decente del día- y se fue a visitar una tienda de acordeones. Vendía instrumentos de esos viejitos por Internet. Después a recoger unos tiliches antiguos que le debía un tipo cutre del negocio de la chatarra.
Eso debería aportar los 130€ que necesitaba para llegar a fin de mes con cierto decoro incluidas las dos bailadas de esa semana.
Luego………………………

José Juan Aparicio.

18-mayo-2019.

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