SOBRAS.
“SI LO PAGO ES MÍO”.
Soy un repugnante de primera para las comidas, igual que mi
madre. Pero me jode tirar las cosas de comer y además no soy exquisito. No voy
a pedir nunca caracoles, ostras, ni pulpo. Cosas que me joden, más por el tacto
en la boca y por la presencia gelatinosa, que –probablemente- por el sabor, la
textura rara también me choca.
Este pequeño defecto –el cual reconozco- aunque no hace daño
a nadie, si jode bastante a las y los “aprovechones” o “comedores”, de esos que
siempre buscan una oportunidad para comer ellos y su prole: “Los niños no pagan”
y la “canalla” que dicen los necas, tragaba como la madre que los parió. Claro
asi dividían la cuenta entre todos los amigos pringados, ni te cuento aquel que llevaban tres o dos descendientes el ahorrito que se fajaban.
También reconozco, que el hambre quita complejos y
pendejadas, pero creo que en una isla desierta tardaría menos en acostumbrar el
estomago al ayuno, que a los moluscos.
Al pedirle a la seño del restaurante cutre una bolsa para
los restos que deje para mis canes, me miro feo. Como si aquella tasca de
cuarta fuera “El Bulli” o “La Tour D ´Argent”,
sitios dónde también me pienso llevar algo para la familia canina o pa mi cena.
Pero trajo la bolsa y se libró de una bronca.
Prefiero callar cuando es posible.
Solo hubiera dicho: “LO PAGUÉ YO Y ES MÍO”.
Eso si como lo tarugo me lo están quitando la vida y los
cabrones a puro madrazo, no pienso volver a esa fonda.
Ya se sabe que cuando emputas a un camarero la próxima vez te
va a cagar en el plato y mezclártelo con tabasco para que no se note.
Así que hoy yo comí bien, los canes cenaron a gusto y a la
taberna de los cojones va a volver su chingada madre.
José Juan Aparicio.
17-Octubre-2018.
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