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sábado, 26 de mayo de 2012

EL TRABAJO DE UN VIEJO LOBO




El trabajo de un viejo lobo.

Puede que componer, escribir y montar con mi banda, más de quince canciones mías, aparte de las versiones no sea trabajar. Puede que tocarlas en puto directo, por no mucho dinero, no sea trabajar.  Puede que recorrerse medio mundo cantando no sea trabajar. Puede que ser despedido injustificadamente de un trabajo de mojado, sin seguridad social, horario, ni vainas de esas, no sea trabajar. Puede que escribir –gratis- en este blog, cosas que no son fáciles de publicar en otro lado, no sea trabajar. Puede que pintar casi treinta cuadros, de los cuales sólo vendí cuatro, no sea trabajar. Puede que tener un libro casi terminado no sea trabajar.
Ahora nombraré los oficios – imposible recordarlos todos – en los que no he trabajado. Claro como en algunos no me daban de alta. Recolector de fruta, fabricante artesanal de cajas de Coca-Cola (ya ven, no he trabajado para grandes multinacionales), vendedor de chocolate, vendedor de coches y motos en la puta calle, vendedor ambulante de ropa, contrabandista, kayakista, conductor, vendedor de enciclopedias, encuestador, periodista, pintor, fotógrafo, ayudante de detective, escritor, músico, locutor, free-lance etc , etc, etc. Se me olvidaba, tampoco  trabaje de músico en un circo. Ni trabaje estudiando una puta carrera, que la saque con cierto retraso, porque no trabajaba, a la vez en otras cosas.
Y claro como, no trabajar, en algunos de estos sitios requiere una labor de campo e investigación dura, tampoco trabaje:
Tomando copas, visitando sitios de dudosa reputación, frecuentando gentes de todo tipo o cuidando familiares, que los que sí trabajaban no podían cuidar.
Resumiendo que uno se pasa la puta vida sin dar golpe. Y ese chollo jode a la peña.
Y ahorita voy a contar el cuento del viejo lobo, a ver si algún hijueputa pilla la moraleja:
“Para torcer a un cabrón.
 M´hijo nunca tengas prisa.
 Te llegará la ocasión.
 Pues la venganza no avisa.”
Lo único jodido de esta vida es tener que comer tres veces al día. A aquel viejo lobo le preocupaba más dejar ciertas cositas en su sitio, antes de irse, que comer o cenar.
Era un lobo viejo, casi sin dientes, un periférico se llama, expulsado de la manada por no trabajar. “Solo la chamba es muy dura” ya se sabe. Sablazo por aquí, a estos les jodo la pata del ciervo cuando se descuidan y al ranchero le trinco una gallinita de pasada – lo que se dice hacer amigos – para ir zafando.
Y claro de tanto tentar a la suerte, un día te la encuentras de frente:
El alfa y su lugarteniente – nada menos – intentando recalcarle que la vida es así, de cruda. Que ese trozo de higadillo de la potranca que mataron hay que devolverlo ayer.
Lo dijeron, aquí está el error, desde la seguridad de la prepotencia,  cuando a  aquel viejo lobo de La Sierra Madre, le valieron otras mil madres y le dio igual torta que tortilla, gastó unos de los últimos putos saltos que le quedaban en clavar uno de sus únicos tres dientes en la yugular del alfa, que abonó la tierra con un líquido rojizo. A esas alturas de la peli el segundo de a bordo, ya no estaba a bordo. Se había ido a joder a una chingada que al parecer vivía lejos.
Y el viejo lobo pensó:
“Cuando me caiga el último de estos tres dientes que me quedan, ¿qué carajo?”.
Su autorrespuesta, de viejo pero lúcido de cojones, no tardó en venirle a la cabeza:
Ni modo wey, no habrá otra que morderles con las orejas.

José Juan Aparicio.  

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