El
trabajo de un viejo lobo.
Puede
que componer, escribir y montar con mi banda, más de quince canciones mías,
aparte de las versiones no sea trabajar. Puede que tocarlas en puto directo,
por no mucho dinero, no sea trabajar. Puede
que recorrerse medio mundo cantando no sea trabajar. Puede que ser despedido
injustificadamente de un trabajo de mojado, sin seguridad social, horario, ni
vainas de esas, no sea trabajar. Puede que escribir –gratis- en este blog,
cosas que no son fáciles de publicar en otro lado, no sea trabajar. Puede que
pintar casi treinta cuadros, de los cuales sólo vendí cuatro, no sea trabajar. Puede
que tener un libro casi terminado no sea trabajar.
Ahora
nombraré los oficios – imposible recordarlos todos – en los que no he
trabajado. Claro como en algunos no me daban de alta. Recolector de fruta,
fabricante artesanal de cajas de Coca-Cola (ya ven, no he trabajado para
grandes multinacionales), vendedor de chocolate, vendedor de coches y motos en
la puta calle, vendedor ambulante de ropa, contrabandista, kayakista,
conductor, vendedor de enciclopedias, encuestador, periodista, pintor, fotógrafo,
ayudante de detective, escritor, músico, locutor, free-lance etc , etc, etc. Se
me olvidaba, tampoco trabaje de músico en un circo. Ni trabaje estudiando una puta carrera, que la saque con cierto retraso, porque no
trabajaba, a la vez en otras cosas.
Y
claro como, no trabajar, en algunos de estos sitios requiere una labor de campo
e investigación dura, tampoco trabaje:
Tomando
copas, visitando sitios de dudosa reputación, frecuentando gentes de todo tipo
o cuidando familiares, que los que sí trabajaban no podían cuidar.
Resumiendo
que uno se pasa la puta vida sin dar golpe. Y ese chollo jode a la peña.
Y
ahorita voy a contar el cuento del viejo lobo, a ver si algún hijueputa pilla la
moraleja:
“Para
torcer a un cabrón.
M´hijo nunca tengas prisa.
Te llegará la ocasión.
Pues la venganza no avisa.”
Lo
único jodido de esta vida es tener que comer tres veces al día. A aquel viejo
lobo le preocupaba más dejar ciertas cositas en su sitio, antes de irse, que
comer o cenar.
Era
un lobo viejo, casi sin dientes, un periférico se llama, expulsado de la manada
por no trabajar. “Solo la chamba es muy dura” ya se sabe. Sablazo por aquí, a
estos les jodo la pata del ciervo cuando se descuidan y al ranchero le trinco
una gallinita de pasada – lo que se dice hacer amigos – para ir zafando.
Y
claro de tanto tentar a la suerte, un día te la encuentras de frente:
El
alfa y su lugarteniente – nada menos – intentando recalcarle que la vida es así,
de cruda. Que ese trozo de higadillo de la potranca que mataron hay que
devolverlo ayer.
Lo
dijeron, aquí está el error, desde la seguridad de la prepotencia, cuando a aquel viejo lobo de La Sierra Madre, le valieron otras
mil madres y le dio igual torta que tortilla, gastó unos de los últimos putos
saltos que le quedaban en clavar uno de sus únicos tres dientes en la yugular
del alfa, que abonó la tierra con un líquido rojizo. A esas alturas de la peli
el segundo de a bordo, ya no estaba a bordo. Se había ido a joder a una
chingada que al parecer vivía lejos.
Y
el viejo lobo pensó:
“Cuando
me caiga el último de estos tres dientes que me quedan, ¿qué carajo?”.
Su
autorrespuesta, de viejo pero lúcido de cojones, no tardó en venirle a la
cabeza:
Ni
modo wey, no habrá otra que morderles con las orejas.
José
Juan Aparicio.