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sábado, 26 de febrero de 2011

MOTOS DE PAJAR


MOTOS DE PAJAR

El fresco de principios de Enero del 78 cortaba mi cara mientras empalmaba una detrás de otra las cuatro marchas de aquella moto de pajar que estaba probando. Por supuesto sin casco – no era obligatorio en aquella época – sin carnet y con menos papeles que un conejo de monte.
Sólo tenía licencia de ciclomotor y dos cacharros a mis espaldas en mi corta historia de motorista. Derbi 75 de gallinero y Montesa Scorpion 50. Esta última también de segunda mano, pero totalmente quemada por los angelitos de mis dos hermanos. Cuando la moto no subió ni pedaleando en primera una cuestecilla de mierda que antes coronaba en tercera dijeron que eran complejos míos. Que andaba de puta madre. Los cabrones de los parientes.
A partir de ahí me dedique a joderles yo las motos a ellos y ellos la vida a mi casi hasta hoy.
Pero compré inmediatamente aquella joya de cuarta mano. Me saqué - por libre – el carnet, el seguro, los papelitos y circulé una temporada casi del todo legal.
Aquella bomba hizo viajes largos, cortos, trial, motocross, speedway, dirt track y cualquier especialidad del motociclismo. 
Aprendí a ir en moto bastante bien y muy, muy rápido. En Madrid volaba entre el tráfico y en las antiguas carreteras de Galicia curveaba sin igual. Con ella me hice hombre, jipie, angel del  infierno y piloto.
Nunca, ningún vehiculo que tuve sonó tan redondo ni circuló tan suelto. Se deslizaba como sobre vaselina ruuuuuum, sacando música celestial y popular de su escape, cuando volvíamos a las cuatro de la mañana de las fiestas de los pueblos.
Después de un tiempo, que coincidió con la mejor época que he vivido, la vendí. Sin remordimientos. Ya estaba jodidilla. Un taller de la calle Ríos Rosas me dio seis mil y le perdí la pista. Pero estoy seguro que aún vive. A lo mejor como histórica.
De mi recuerdo no se irá nunca. Las ocho mil pesetas mejor invertidas de mi vida. Ostias gordas. Viajes con penas y glorias. Reformas. Reparaciones. Huesos rotos. Secuelas y sobre todo alegrías.
Nunca sinsabores. Nos lo perdonábamos todo, motocross y fallos de encendido con buena cara y buenas formas.
Una vez, después de día y medio de fallos de corriente, se paró de nuevo. En la estepa castellana. Analice la situación y se presentaron dos opciones no muy claras: fragua cercana (medio km) o taller de electricidad-enchufes (quince kms empujando por una secundaria) de los Hermanos Gallegos.
Como nosotros – viajaba con mi hermano- somos de Pontevedra me sonó bien lo de los paisaniños y tal.
Sólo cambié de idea tirando por la calle de en medio y por supuesto con una sonrisa en los labios cuando mi hermanito se echó a llorar.
Entonces le hice dedo a los camiones y en el primero que paró facturé la máquina en la caja y al brother en la cabina. Dirección Benavente. Al taller. Yo iba detrás también en auto stop.
Hace años que no tengo moto porque ya no hay motos de pajar y no tengo tela para comprarme la Woodsman.
Me he vuelto clásico. La licencia me la darían de veterano a estas alturas, pero aún sueño a veces que estoy en alguna de las diez o doce carreras que corrí en velocidad junior 250. Sólo conservo las botas y los guantes de aquellas temporadas.
Como dije antes, por desgracia llevo tiempo sin ser motorista, pero juro que aquello del viento, la libertad y todas las demás gilipolleces es rigurosamente cierto.
Por eso cuando algún amigete joven con moto de kilo y medio presume y me cuenta sus batallitas, ahí es dónde ya no admito mamoneos.
Dejo al pavo acabar su larga historia esperando pacientemente mi turno y cuando toma aire le espeto con la humildad y generosidad que dan el tiempo, la razón y la lucidez:
Pues sí, yo corrí en moto y además tuve una BULTACO MERCURIO 155.

José Juan Aparicio Abundancia
Salvatierra de Miño 10 de Febrero de 2009.

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