En la noche de los tiempos –aún sin nacer todavía el primate
más pendejo de su género- existió un mono, arborícola en principio, que hizo
vida en solitario.
Juntándose con su parentela nada más que para aparearse o
guerrear.
Y este individuo –ventajas de las sociedades aparte- no tuvo
que sufrir los inconvenientes que las manadas y la multitud acarrean.
Al estar adaptado a su medio era perfectamente capaz de
subsistir en armonía con este.
Su dieta básicamente vegetariana sólo veía aportes de
proteinas en forma de “hormiguitas” y pequeños insectos mucho más alimenticios
que la carne.
Ese simio la jodió, perdió su autonomía y fue causante de la
mayor plaga del Planeta (Raza Humana) debido a dos errores garrafales:
1-
Descendió
de los árboles al suelo, se puso sobre dos patas y percibió una perspectiva
errónea del, de su horizonte.
2-
Empezó
a comer carne desarrollando su cerebro en sentido opuesto al conveniente y
además propicio su agrupación pues en solitario le era muy difícil cazar esa
carne.
Todo esto con el paso del tiempo nos
lleva a una situación ya conocida y resumida por muchos autores y estudiosos de
la naturaleza, la humana y la otra, la naturaleza en conjunto.
Cagada tras cagada amontonando la
mierda y huyendo de ella constantemente como hacen siempre los grupos
numerosos.
Pero esa –aunque la misma de
siempre- es ya otra historia.
José Juan Aparizio.
21-Julio-2020.