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domingo, 18 de noviembre de 2018

Viejas Historias de “Trapixo”.

Viejas Historias de “Trapixo”.

“Trapixo”: Contrabando en portugués o gallego.
En la puta frontera, dónde todo gira alrededor de esa raya imaginaria, irreal, absurda, pero cierta en las coordenadas geográficas de una especie idiotizada -la humana- mi hermano pequeño y sus compas de la generación siguiente a la mía se la giraban de “atajadores” en el Puente Internacional de Tui. Corrían los años 70 y  el franquismo.
Cuando los conductores se pasaban horas formados en una interminable cola (bicha en portugués), para pasar a Valença do Miño a comprar productos baratos de lo que aquí había poco y malo, ellos, los “atajadores” se presentaban en bicicleta al final de la cola, digamos a 3 kms del puente, y a 100 pesetas de la época por pase organizaban una caravana de 10 carros –para redondear las 1000 ptas- y en 10-15 minutos máximo plantaban a aquellos turistas en la mismita entrada del puente. Llevándolos por los atajos que todos los del pueblo conocíamos. Así les ahorraban tres horas de espera.
A los que se emputaban al ver la maniobra – por otro lado completamente legal- simplemente los mandaban a chingar a su madre.
Eran 1000 ptas por viaje en aquella época gris, franquista y miserable. Si hacían varios viajes por día los fines de semana, ganaban mucho más que un chupatintas de banco de aquellos tiempos, que cobraba 15.000 al mes.
Cuando prosperaron, se pasaron al ciclomotor y ahí si que volaban haciendo lana con los “Turcos” (Coruñeses).
Pero lo gordo del pastel se lo llevaban los vistas de aduana, unos “Comedores” de aúpa, que dirían los portugueses. Ellos pasaban el contrabando: café, bacalao, carne, enseres, trapos, drogas, joyas, armas, “bolachas” (galletas) y “rebozados” (caramelos), dos de los productos estrella entre los “necas” en aquella época.
Luego cobraban la “mordida” a los “pasadores” profesionales y para rematar buscaban propinas y favores de todo tipo incluidos –por supuesto- los sexuales.
Tanto los guardias españoles como los “guardinhas” portugueses, comían de ese plato y surgía la competencia, envidias, delaciones y pocos, pero algún que otro ahogado en el río.
La Reina de las “Pasadoras” era María de Merufe. Una bigotuda gorda de la Freguesia (Ayuntamiento) de Monçao. Bebedora, jugadora y “fodedora”. Bueno eso para el que tuviera los huevos de “cepillárse” aquella porca, sucia como la madre que la parió, pedorra y trapalleira. El que normalmente se la “avanzaba” era el “motorista” (conductor, como dicen en Brasil) que la llevaba siempre. Jodían en pensiones de cuarta en Orense, Coruña y Lugo, hasta dónde llevaban la merca.
María empezó como todas, pasando la frontera a pie. Llevaba de todo en aquel mejunje de sayas y mierda que vestía de cintura p´abajo. Pocos guardiñas o vistas se atrevían a inspeccionar entre aquellos lugares hediondos.
Pero algunos –poco remilgosos- no renunciaban a cobrar en “Cuerpo-Matic” y eso María lo hacia, sino con gusto, si con garbo y desfachatez. Lo que tenía de sucia y ludópata, también lo gastaba de viva, y si los portugueses han sido siempre los mejores comerciantes de occidente, aquella hembra portuguesa, fue la mejor desde los tiempos de Magallanes y Vasco de Gama hasta la muerte de Franco y Salazar.
Fregona, entrona y aventada cuando era necesario, se dejaba joder si el negocio lo merecía. Pero nunca se dejó chingar por los abusadores de la raya, que eran todos.
Si no, que se lo pregunten a Rubén, un Guardia Civil, espabilado del puesto fronterizo de Tui.
Lo fuerte de María, eras las armas, lo que más lana dejaba junto con las drogas.
Y las sabía manejar, esconder y vender con pericia.
Cuando Rubén, sonriente y descarado la mando pasar al “cuartillo” (una habitación cutre donde hacían los registros), mandándole a Maruja que saliera (esta era la encargada de registrar a las mujeres), una contratada sin oficio ni beneficio, que también hacía su agosto al manosear, delatar y dejarse sobornar en aquel “Trapixo” incesante e indecente.
Esta “Registradora de la Propiedad Ajena”, gustaba de catar jugos vaginales con la mano, que luego chupaba con deleite. Y si venía a cuento acordaba también una posterior cita para beber de esos jugos directamente de la fuente, a cambio de cerrar el pico y morderse la lengua.
Todo cabía en aquel próspero y ruin negocio.
El caso es que a Rubén se le antojo meter –él- la mano directamente en el asunto, motivo por el cual dijo a Maruja:
-“Yo me encargo”, no le correspondía, pero era frecuente saltarse esa norma.
Y claro, “Dónde hay patrón………”.
La de Merufe, ni se sorprendió, ni pestañeo, cuando se dio cuenta de que el que la iba a tocar el coño -vagina adentro- era Rubén.
Y aquel día y en aquel sitio iba bien acurrucado un 38 corto, con su parque (munición) y todo.
-“Bien Mariiña –dijo Rubén en plan chingón- vamos a ver que traes hoy”.
-“Sácate as sete saias e baixate as cuecas (bragas)”. Añadió imitando ofensivo el tono y el acento portugués.
-“Primero te voy a meter el dedo en el culo que te gusta más porca”.
-“Asim, asim, mais, mais, ahhhh, ahhhhh, ahhhhh, fingió la neca recreándose y urdiendo su plan de poner cachondo a aquel mal nacido.
El tipo, un picoleto casado con un pendón, estaba más salido que el pico de una plancha y empezó a menársela por fuera del pantalón.
-“Aquí vamos a dar el cante, pero me la mamas en un segundito, verdad amor”. Seguía alegando empalmado el fulano.
María, decidida y hasta coqueta, se metió aquel pingajo en la boca y cuando el maricón del guardia empezó a gemir y a cerrar los ojos, en un acto de prestidigitación, digno del mismísimo Houdini, plantó aquel 38 corto y cargado en la oreja izquierda del güey.
Al tarugo se le bajo de inmediato, a la vez que  le subían los cojones hasta el cuello, al ver, de reojo, asomar el plomo a través de las recámaras del revolver.
-“Y ahora filho da grande puta, me vas a dar todo o que fodistes hoxe as minhas compañeiras, tudo o que teñas”. Hablaba claro y con calma de dinero aquella tipa: “Si non, che fago merda a cabeza y logo xa mirarei de salir de aquí”.”Mais primero vas ti para o inferno cabrón”. Apostillo empujando el cañón del arma de tal forma que Rubén pudo sentir toda la calidez de aquel arma engrasada con fluidos menstruales.
-“Mais non te chatees conmigo pa, ficamos amigos a mesma”. Ahora la chingona era la dama.
Aquel mierda se quito el pantalón cagado, de dónde la pasadora saco el fajo de billetes del día, guardándoselo.
-“Comprimentos, chau”, se despidió María.
De salida saludó a los guardias de afuera con sorna y chirigota: “O patrón xa ven, bom día”.
Rubén tuvo que hacer encaje de bolillos y del caro –ella tampoco dejaba pasar oportunidad- con la urraca que registraba a las señoras ese día: “Porfa Maruja entre tu y yo”.
Esta se callo con 3000 ptas, consiguió un pantalón, hizo desaparecer el cagado y el menda consiguió salir del “cuartillo” rápido y sin sospechas por parte de nadie. Pura rutina.
-“¿Y ese pantalón de civil?”. Le dijo el teniente.
-“Se vomito en el mío del uniforme una que se rilo en el registro”.
-“¿No sería la de Merufe?”. Contestó bromista el superior.
-“No, esa no”. Respondió Rubén.


“María de Merufe”, murió a los 83 años, pobre e indigente -pero borracha y chingona hasta el final también- en su aldea natal. Después de pulirse toda su fortuna en los bingos de Vigo.


José Juan Aparicio.
18- Noviembre-2018.





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