La vacuna.
En la guerrilla colombiana se llama “vacuna” al impuesto
revolucionario .
No todo iban a ser inconvenientes, había que mirarlo por el
lado bueno.
Después del susto inicial, la
respiración fuerte y todas esas tonterías.
Se veía venir. La amabilidad del
matasanos y la urgencia tan poco habitual.
Ya había pasado por ello una vez. Le
vamos a extirpar un riñón. Firme aquí la autorización. No era para tanto. Hasta
se agradece que te digan que puedes palmar en la operación. Al final te
acostumbras y dices: pues bueno, pues vale, pue me alegro.
Pero la segunda vez fue más pesada,
ahorita el bicho – el cáncer – se ha ido al colon.
Ahora lo hemos pillado tarde y bueno
pues resumiendo, te quedan tres meses, como mucho cuatro. De vida , claro,
ejem. Cagándote por la pata y con la bolsita de mierda atada a la pierna.
No todo va a ser inconvenientes,
repito, hay que cojer del lado bueno, del que da más gusto. Tres meses pueden
dar para mucho wey. Pero hay que espabilar, no sea que los dos últimos haya que
pasarlos gimiendo, flipando y rezando en la cama de algún hospital.
Pues mirándolo rápido y claro, sólo
se veía una ventaja. En tres meses era técnicamente posible mandar a unos
cuantos p´abajo.
Por razones técnicas la lista
debería de limitarse a doce. El número de balas que tenía en casa. Un estricto
orden de prioridad. Primero los más hijueputas. Pasen ustedes delante porfa. Si
se necesitase más de una bala con alguno, los últimos de la lista, los menos
importantes, tendrían alguna posibilidad de supervivencia.
También se podía recurrir a otro
tipo de armamento, si al final se le pillaba el gusto a la cosa y era necesario
ampliar la lista.
Lo primero era la lista, mental. A
partir de ahorita todo mental.
Para hacerlo bien. Para no facilitar
las cosas a la poli, que no son amigos precisamente.
Sin prisas, pero sin pausas. La
lista se confeccionaría al día siguiente. Con reflexión. Sin ira. Por méritos
propios. Una cosa aséptica. Las tres o cuatro zorras que se lo merecían
quedaban excluidas. Por caballerosidad. O lo que sea. Serían todos varones.
Doce angelitos o más, si la cosa se anima.
Abriéndome el camino del infierno.
José Juan Aparicio. Uno de los trozos de mi novela.
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